sábado, 1 de diciembre de 2018

Un inciso sobre el espíritu de las cosas, según Bécquer

Después de torear a la Manada y antes de meter el estoque a la multiplicación, qué mejor forma de cambiar de tercio que oír unos versos de Bécquer. Las Leyendas fue uno de los primeros libros que leí, siendo casi un niño; las Rimas otro que me acompañó en la adolescencia. Me enamoraron, porque las de Bécquer son una poesía y una prosa poética transparentes, al alcance de cualquiera, ya que no son crípticas, sino que comunican mensajes claros y directos; otra cosa es que lo logran con un lenguaje sublime, que sugiere cosas que el autor, probablemente, jamás pensó. 

De hecho, él explicaba por qué escribía, creo recordar, alegando que en la cabeza se le dibujaban formas como nubes y necesitaba sacarlas a la luz. Es como si esas cosas tuvieran vida propia, simplemente sucedieran en su mente, y él se limitara a ser un minero que las extrae y un expositor que las exhibe. Algo así afirmaba un poeta sufí: que él era la flauta por la que silbaba una música; como dice abajo Bécquer, él es el vaso que atrapa un humo, unas ondas, un vapor. Esto no quiere decir que la tarea del minero y expositor no sea ardua, no requiera una continua revisión y corrección, a la búsqueda de una perfección que nunca se alcanza. Para ser un mero canal de comunicación, hay que currar con denuedo, precisamente porque se afana uno por corporeizar lo que viene sin cuerpo, lo que no es como uno mismo.
  
Tan es así, tanto puede ser que el poeta sirviera de transmisor de mensajes ocultos para él mismo, que yo me atrevo a asignar a su poema un significado epistemológico. En efecto, creo que el espíritu que pinta y elogia Bécquer en este poema es también el espirituoso vapor que se extrae con los alambiques intelectuales; es las líneas esquemáticas que se obtienen comparando fenómenos e ideas y buscando el elemento común que permite agruparlos bajo un supraconcepto abstracto. 

Y es que el amor romántico es muy bonito, para quien lo pueda y quiera experimentar; pero no es más que una instancia, precisamente, de un fenómeno más general: la extrema concentración que exige la persecución de un objetivo (en principio, práctico) y el enorme placer que reporta su consecución; verbigracia, el flow que se experimenta al perseguir una idea y el eureka que se grita al comprenderla.

Pero les dejo con el poema. Y les dejo también con un link a un locutor que lo recita de modo excelente: a veces le parece a uno que traiciona al poema al leerlo con un tono distinto al de nuestra lectura interior; otras veces, en cambio, le saca registros que se nos estaban escapando y gracias a él resuenan en nuestro pecho, como en un tambor.



Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.


1 comentario:

  1. !excelente esa teoría de la creación! Estoy totalmente confirme con lo que explicas con tanta sencillez como hondura. Sin duda que los poetas y todos los creadores son medios.... no fines.

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