viernes, 28 de diciembre de 2018

Átame




Por las tardes paseo por la arena
y, entre el número infinito de granos
que pueblan la playa, eligen mis manos
un lugar donde formar una sirena.

Y la esculpo tendida en su melena,
que riza y acaricia el sol del verano,
con unos ojos lindos, pero ancianos,
que me despiden de forma serena,

porque al anochecer la dejo sola,
y, mientras me alejo, escucho que el mar,
con su infame rumor de caracola,

lame su cara, su torso, su cola,
y los va logrando desfigurar,
hasta que la sepulta una última ola.


Hace años, estando de vacaciones en Denia, escribí este soneto, no sé bien por qué. Parece que el poema hable de la fugacidad de la existencia, pero también se podría decir que versa sobre las ataduras. La Vida (con mayúscula) nos encapsula en un período de tiempo y luego los avatares de nuestras (minúsculas) vidas nos imponen más restricciones: habitar en un espacio geográfico, con una profesión, entre determinadas personas y permanecer -como la sirena de arena- inmóviles, mientras los elementos rugen. Curiosamente, me acabo de enterar de que la palabra “sirena” podría tener relación (aunque no es seguro) con la griega “seirá”, que significa “cadena, cuerda, atadura”. La razón sería que estas peligrosas damas estaban amarradas a las rocas desde las que entonaban sus cantos irresistibles, con los que atraían a los marineros a la perdición. Ellas fueron condenadas a esperar, encadenadas, la muerte y se consolaban adelantando el fin de otros… Fuere como fuere, es verdad que la vida muchas veces nos aprisiona. Pero entonces se dice que las ligaduras son buenas (¡vivan las “caenas”!), por diversos motivos.

Por lo pronto, las restricciones fomentan la creatividad. Desde hace tiempo venía yo jugando con esta idea y, como la tenía muy presente, me he percatado cuando la he visto reflejada por otros. En este artículo, A. Muñoz Molina, al referirse a la película La isla mínima, destacaba que el film respeta todas las claves del género policíaco y sugería que, cuando el escritor se amolda a un género, renuncia a su libertad, pero también de alguna forma da alas a su creatividad, porque “las normas, al mismo tiempo que imponen límites, también ofrecen posibilidades, y la presión formal a la que someten la inspiración es un acicate y un desafío para ella”. Lo mismo pasa con el propio arte de fabricar sonetos: el corsé de la rima y la métrica ponen al autor ante una lista tasada de palabras y le obligan a combinarlas entre sí y encajarlas en un espacio reducido, como si juntara las piezas de un puzle que está diseñado de antemano. Lo cual es siempre más fácil que enfrentarse al vértigo que genera una página en blanco. En su novela Los Maia Eça de Queiroz también reconoce que “en verso la búsqueda de una rima es con frecuencia responsable de la originalidad de una imagen”. Y generaliza su tesis para afirmar que el estilo disciplina el pensamiento: “cuántas veces el esfuerzo por completar adecuadamente la cadencia de una frase no conlleva nuevas e inesperadas perspectivas de la idea…” Haciendo este pensamiento aún más delgado, más abstracto, podríamos concluir que toda técnica, sin ser todavía arte, nos enfila hacia la inspiración: es repitiendo los ejercicios (los drills) que ordena el maestro como los aprendices se suben a una onda, que a menudo les lleva a desarrollar un talento que supera al de sus profesores.

Tanto me gustaba la idea que busqué referencias a ella en internet. Lamentablemente este tipo de investigaciones, para ser productivas, deben ejecutarse en inglés. Supongo que escribí constraints y creation o algo así. Resultó que existe un libro que desarrolla este tema de modo exclusivo y directo, Creativity from Constraints: The Psychology of Breakthrough, de Patricia Stokes. Y se ha convertido en un lugar común entre los coachs de artistas o profesionales del mundo de los negocios sugerir a sus pupilos que, para encontrar soluciones en sus respectivos oficios, se autoimpongan limitaciones. (Véanse ejemplos aquí, aquí, aquí, aquí o aquí…) 

Es más, la alabanza de los barrotes tiene también predicamento en el plano de las relaciones personales. Empezando por lo menos elevado, recuerdo al protagonista de la novela Los argonautas, de Blasco Ibáñez. Sufrió lo que podríamos denominar el “efecto trasatlántico”: un largo viaje hacia América durante el cual se encontró encajonado ante una mujer romántica, de belleza marchita; en tierra no le habría prestado atención, en el mar le tocó el alma. Hoy en el mundo occidental, la libertad de elección de la pareja es un dogma sagrado. Sin embargo, un profesional indio que conocí hace años me encomiaba las virtudes de su propio modelo, donde los padres eligen por los hijos, guiados por su experiencia… y a veces el estudio del horóscopo, en el cual aquel colega era un avezado experto. Suena chocante, pero es casi más preocupante constatar que en nuestra tan cacareada freedom of choice manda en buena medida, como en todo, el mercado y los clichés que nos transmite. En cualquier caso, hecha de una u otra manera la elección, y admitiendo por supuesto que quepa romper los vínculos cuando son opresivos o simplemente no funcionan, hay que reconocer que permanecer entre las vallas del matrimonio es también una enseñanza. Pasa lo mismo con los trabajos: escapar de una relación - personal o laboral - sólo porque te pone fronteras es una fuga condenada al fracaso, pues las volveremos a encontrar allá donde pretendamos refugiarnos. Para terminar, un ejemplo extremo, ya en un plano espiritual, casi místico: el autor Eckhart Tolle gusta de tomar imágenes de unas u otras religiones, dándoles una lectura peculiar, y en este sentido menciona que la cruz cristiana es un símbolo paradójico: herramienta de tortura que se transforma en instrumento de liberación... Se me dirá que no hace falta llegar a tanto. Bien, es cierto, pero es que para eso están los símbolos, para exagerar: si acepta uno de buen grado la cruz, como Jesús o como Brian en la película de Monty Python (Crucifixion? Yes, please!), ¿cómo no aceptar límites menores? (Ojo, porque aquí “aceptación” no significa resignación ni pasividad: simplemente es constatar que lo que está sucediendo, se podrá o no cambiar, pero en todo caso está sucediendo y hay que jugar a ese juego y escuchar sus mensajes…)

¿Y todo esto por qué? ¿Por qué los límites pueden portar mensajes que nos iluminen? Ya hemos apuntado alguna razón: le liberan a uno de la presión de elegir entre infinitas posibilidades y por otro lado le plantean el reto de sacar partido a un manojo estrecho de opciones… Pero sólo con estas explicaciones me hallaba insatisfecho, hasta que encontré insinuada en este artículo otra que me convenció más, porque las agrupa y las supera, yendo más hondo. Cuando se intenta bucear en las profundidades de las cosas, no queda más remedio que mirar al cerebro. Y la clave para explicar los caprichos de éste es siempre la misma: hay que tener en cuenta que la cabeza es una ahorradora nata; intenta optimizar la energía y, por tanto, tirar de rutinas, de las cosas que hace con los ojos cerrados, sin tener que inventar y de esta forma consumir los valiosos y escasos recursos nutritivos de los que disponemos -se supone- para asegurar nuestra supervivencia. Todo esto es un absurdo, por supuesto: ¡con lo fácil que sería que el cerebro, en lugar de andarse con tantos miramientos, consumiera a mansalva la grasa abdominal! Pues no lo hace y no queda más remedio que forzarle a actuar de otro modo: hay que sacarle de su zona de confort y para ello nada mejor que encerrarle en lugares extraños, obligarle a tomar alimentos exóticos. Observen que, de esta forma, todo parece cobrar sentido, la paradoja se disuelve: no se trata de que al cerebro le inspire lo que le ocultamos al constreñirlo, lo ilumina lo que de esta manera le mostramos: modelos, asociaciones, analogías o recursos en los cuales no habría jamás reparado, si no llegamos a encarcelarlo entre ellos.

Algo así intento en este Blog, con mayor o menor acierto, cuando mezclo disciplinas. Se trata de conducir a la mente a hacer asociaciones inesperadas. No es ésta una tarea que esté bien vista, pues se dice (y es verdad) que los conceptos de una ciencia no se pueden exportar alegremente a otra, como no se puede llevar una pieza de un Audi a un Ford o, peor, de un coche a un tren, y esperar que encaje sin más en el sistema. Se pierde rigor de esta forma, se puede patinar, corre uno el riesgo de estrellarse. Pero, como estamos en un Blog de internet, pensando por amor al arte, todo esto no es grave: no pasará nada, je je.

Ahora bien, volviendo al tema inicial, ¿y la vida? ¿Por qué nos encajona en un momento temporal estrecho, a veces incluso acortando para algunos una trayectoria prometedora, a veces oprimiendo de modo insufrible a los más desafortunados? Todo eso de que el cerebro aprende cuando se le constriñe, ¿qué pinta cuando ganamos altura y adoptamos la perspectiva de la existencia entera? ¿A quién beneficia lo que aprendemos en esta universidad?

Ahí es donde interviene el científico inglés Sir Humphry Davy, al que se refiere la imagen inicial de este post, en la que aparece participando en una charla (¡al parecer las suyas despertaban mucha expectación y se producían atascos en Londres en los alrededores de la sala de conferencias, como ahora cuando pincha un DJ!). Tuve el gusto de conocerle también un verano, no sé si el mismo de la sirena, en el libro de Richard Holmes La edad de los prodigios. Davy fue un químico notable, a la par que poeta. Se dice que blandía el arma de su imaginación con la misma maestría para aislar elementos químicos que para componer versos. Y, sin embargo, mi cerebro, empeñado en optimizar mi energía, ya lo estaba arrinconando al olvido cuando, repasando notas, me topé con este “copia y pega” de una carta suya a un amigo, en la que lamentaba el fallecimiento repentino de otro:
Poor Watt! — He ought not to have died. I could not persuade myself that he would die … Why is this in the order of Nature, that there is such a difference in the duration and destruction of her works? If the mere stone decays, it is to produce a soil which is capable of nourishing the moss and lichen. When moss and lichen die and decompose, they produce a mold which becomes the bed of life to grass, and to a more exalted species of vegetable … But in man, the faculties and intellect are perfected: he rises, exists for a little while in disease and misery, and then would seem to disappear, without an end, and without producing any effect.
Ah, como buen hombre de ciencias y de letras, como amigo del saber, lo que más le dolía a Sir Humphrey es que las facultades desarrolladas por el ser humano, ese conjunto de asociaciones de ideas, esas redes neuronales que nunca son iguales, se pierdan irremisiblemente, sin que nadie las haga suyas y las incorpore a su mente. El biólogo  E.O. Wilson, en su libro La conquista social de la tierra, lamenta que una  biblioteca entera de experiencias e imaginaciones se incendia cuando muere cada ser humano. Pero Davy iba más allá: aunque quedaran de cada uno de nosotros mil obras escritas, no le bastaría eso. Él quería que todas nuestras tribulaciones aprovecharan a otro como si le pertenecieran, como si las hubiera orquestado él mismo para mejorar. En esa misma carta habla, como en broma, de la hipótesis de unos seres superiores que vivieran en un plano distinto, sin que los percibamos, pero que nos observarían, como los niños hacen hoy en el juego de Los Sims o nosotros en las series de televisión... En otra carta, cercana ya su propia muerte, sostiene que somos como agua que se escapa del mar de una inteligencia infinita (al modo del vapor que forma las nubes) y llueve sobre la tierra formando ríos o torrentes, los cuales antes o después vuelven a casa, desembocan en el océano, cargados con el caudal de sus experiencias:
I have this conviction full on my mind, that intellectual beings spring from the same breath of infinite intelligence, and return to it again, but by different courses. Like rivers born amidst the clouds of heaven, and lost in the deep and eternal ocean —some in youth, rapid and short-lived torrents; some in manhood, powerful and copious rivers; and some in age, by a winding and slow course, half lost in their career, and making their exit by many sandy and shallow mouths.  
Nunca sabremos si es así, pero es sin duda una bonita idea, una linda analogía.

Apéndice

Iré poniendo aquí otras citas o fuentes sobre la misma idea:

En ésta se dan ejemplos de la utilidad de las constricciones como acicate para inventar productos.

5 comentarios:

  1. Vaya Post!! Delicioso Javier, puro multafacere!!.

    Este tema de cómo las limitaciones liberan también me obsesiona desde hace muchísimo, y como lo explicas a tantos grandes autores. De Eckart Tolle recuerdo una frase profundísima: es necesaria mucha más fortaleza espiritual para renunciar a algo que para seguir aspirando a ello. Y de parecida familia es todo el pensamiento de Simone Weil, que es una maravilla única en el siglo XX, y que tiene una teoría -cristiana. claro está- de la palanca, la balanza, la polea y la unión de opuestos que podemos ver en simples ejemplos físicos como mecanismos para la ascensión del espíritu humano. Explica Simone muy bien que a menudo ascendemos gracias al impulso contrario, como si fueramos fluidos....Pero tu resolución cerebral, con la idea del cerebro capaz de abarcar aquello que le presiona, descubriéndolo, es desde luego muy rica
    y extensa.también. Como siempre, el arte del pensamiento es llevado a su apogeo por autores ingleses, que, las cosas como son, tienen una capacidad de exhortar a pensar mediante el bello uso de su lengua, como no se da en otra parte. Yo creo que en inglés se induce a pensar, igual que en francés, y en español antes también, aunque últimamente no sé que decirte, en plan.

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  2. Interesante, Eva... Claro, lo de Simone Weil es la tercera ley de la mecánica de Newton: para cualquier aceleración, es precisa una interacción en la que ambas partes experimentan la misma fuerza en direcciones contrarias (aunque se repartan el efecto en proporción inversa a las masas), así que para andar hay que empujar el suelo, para propulsarse un cohete debe expulsar gases. Acción-reacción, se le llama a veces. Cierto es que las fuerzas afectan a objetos distintos... Para que uno suba, otro debe bajar, aunque bien podemos decir -para que no parezca que nos aprovechamos de otro- que esos objeto son facetas de la personalidad: una se encierra para que la otra se libere, una se hunde para que la otra ascienda :). ¡Suena bien! Y lo de los ingleses, es así, entre los cultos, claro: un gran amor por su lengua y ninguna vergüenza por sacarle el máximo partido. Como les pasa a muchos sudamericanos y a algunos españoles, aunque aquí hay un miedo visceral a parecer pedante que no acabo de entender.

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  3. Estoy por aqui Javier, confinado en mi casa por el maldito coronavirus, aprendiendo de tí y de todo lo que dices y también de quien te sigue, como Eva.

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    1. Ese anónimo soy yo, Jose, tu amigo y vecino de Dénia

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  4. Por cierto, el Personaje te manda recuerdos

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