miércoles, 20 de febrero de 2019

Roma, la mirada incompleta


La película Roma de Alfonso Cuarón está cosechando parabienes. Y los halagos le llegan de gente que la interpreta de forma diversa, pues la cinta atesora muchas capas de significados. Lo cual es una nota distintiva de las obras maestras. Éstas no pueden ser crípticas ni abstrusas, como el cuadro hiperabstracto que sólo inspira al crítico especializado. Han de ser locuaces. Pero tampoco pueden reducirse a una vulgar soflama ideológica, con un mensaje unidimensional. Sueltan mil pajarillos y cada espectador atrapa el que ve, el cual a menudo es aquél para el que tiene un molde en la cabeza. Al parecer, las cosas que nos vienen ocupando crean en nuestro cerebro una suerte de filtro, que percibe lo que le interesa. Nuestra visión de una obra es como la respuesta a un test de Rorschach, que nos dice cómo somos o al menos cómo estamos siendo en una época determinada. 

Veamos algunos ejemplos. (Para quien no haya visto la película, aviso de que, a partir de aquí, incurriré en spoilers) 

En el Blog Hay Derecho, el Notario Rodrigo Tena hizo una excelente lectura de Derecho Político (en este post). Él dirigió su cámara mental a la escena en la que Cleo, la criada mixteca, embarazada y abandonada por su novio, le confiesa a su “ama” su situación. Pregunta si la van a despedir, lo cual equivaldría a un auténtico descenso a los infiernos. La señora es generosa: no lo duda y por supuesto la acoge. Pero Tena apunta que en una sociedad democrática nadie debería estar en manos de otro, por benevolente que éste sea. Unas instituciones que se precien deberían evitar que las desigualdades socioeconómicas hagan a algunos dueños y señores de la vida de otros. Y, para ilustrarlo, aporta el ejemplo de un esclavo de la otra Roma (la que no es un barrio de la capital de México, sino la cuna, con Grecia, de nuestra civilización) y lanza un dardo a las modernas multinacionales. 

Otros habrán pensado: el contexto jurídico-político será el que sea, pero lo que me llama la atención es cómo navegan los personajes entre las coordenadas de sus vidas, las que les tocaron. Cleo busca a su novio y éste se libra de ella con cajas destempladas. Luego pierde en el parto a su bebé, cuya llegada (acabará confesando) no deseaba... Hundida, se la lleva de viaje la familia, que también anda de capa caída por el abandono del padre. Y todos nos hemos sentido acongojados con esas escenas en las que dos niños están a punto de ahogarse en la playa, pero la criadita, sin saber nadar, se adentra en el agua y anda y anda hacia lo profundo (she is wading into the water, dirían en inglés, during what looks like in an endless quest), hasta que al final los atrapa, salvando la vida de ellos y la suya propia de puro milagro. Ve uno la empatía entre estos seres y siente un chorro de empatía hacia ellos (a lo mejor la que no brotó en nuestras interacciones diarias…). El cine, dice este crítico, es una máquina de crear empatía.  

Es más, sobre esta base, yo he escuchado también una interpretación política de signo opuesto, nostálgica de épocas pasadas: se trata de ensalzar la figura de esas madres sustitutas que eran, en el ejemplo extremo, las esclavas negras del Sur americano. Especializadas en su tarea, sin otro horizonte vital, a menudo creaban con sus “señoritos” un vínculo más hondo que el de la madre biológica, que vive distante de sus hijos, ocupada en vanidades sociales. Los propios preceptores y las institutrices a la antigua usanza eran, mutatis mutandi, algo semejante: solían ser personas que habían quedado fuera de la carrera de sus propios intereses, por circunstancias sociales o personales, y, gracias a ese mal, hacían el bien de dedicar sus vidas a educar con esmero a los hijos de otros.  

Evidentemente, no vamos a propugnar la vuelta a esas situaciones injustas. El amor y la empatía no salvan de la quema un sistema inicuo, entre otras cosas porque nunca son plenos. Por mucho que los miembros de la familia quieran a Cleo, los roles no cambian: después del baño de afecto en la playa, al regresar al hogar, ella limpia sola la mierda del perro, nadie la ayuda. La relación sigue siendo de servicio y es exigible que sea equilibrada. Siempre van a hacer falta las instituciones que reclamaba Tena: un Derecho laboral equitativo y unas prestaciones sociales que aseguren a todos un espacio de dignidad desde el que negociar sus condiciones laborales.  

Pero justo es reconocer que aquellas posiciones reaccionarias, como las que hoy abundan, alguna verdad esconden entre los pliegues de sus sinuosos vestidos. Es bueno advertir que a los exabruptos de los “políticamente incorrectos” les animan decepciones y perplejidades para las que el establishment no tiene respuesta. Lo que habría que hacer es extraer, mediante una cesárea de urgencia, lo que de bueno y de justo navegue en esa nostalgia, haciéndolo compatible con lo que le faltaba. ¡Habría que armonizar la globalización con la industria en Europa, los derechos de la mujer con tener un ama que te mima y la automatización con el derecho al trabajo! De momento, empero, en lo de la crianza de los niños, no se me ocurre más que mirar a los robots: ¡el mal no es que hubiera esclavos, solo que fueran humanos!  Esperemos que los japoneses fabriquen robots que den el pecho a los bebés, cocinen como la abuela y repartan besos o reconvenciones cuando un algoritmo educativo lo bendiga… 

Otra temática que navega por la película es la de las mujeres. No las tratan bien. A la señora su marido la tiene medio olvidada y la acaba abandonando. A la criada, el novio la utiliza y la tira; y cuando ella le implora otro trato, al canalla le falta poco para propinarle un puntapié. Sin embargo, ellas se alzan por encima de los que las desprecian, gracias a su estatura humana y su buen hacer, sensato y humilde, como el de la propia abuela. Y luego está la solidaridad entre ellas, que luce bonita, como dirían los mexicanos. 

Al poco de ver la película, en mi empresa tuvimos una convención de abogados y una mujer, nuestra jefa, tuvo la feliz idea de organizar un seminario sobre mindfulness y técnicas de respiración. Esto me trajo a la cabeza el tema del control mental, que siempre me interesa. En la película, el novio de la criada protagonista estudiaba artes marciales. En una escena se le ve escuchando enseñanzas de un maestro del que pareciera emanar un aura de espiritualidad. Mas el novio de marras utiliza ese saber para el mal, no sólo para ser insensible con su novia, sino también para asesinar a estudiantes que se manifestaban en las revueltas de los 70. Así que, no sólo el progreso económico o tecnológico necesita dirección,  ¡también el psicológico y espiritual! 

Por mi parte, yo me quedo con la forma de la película. Lo cual es como decir que escojo el tema principal, pues el mensaje más relevante y el que define una obra es el que está más imbricado con su factura formal. El tema es la infancia, el ver la vida con ojos de niño. 

Está claro que Cuarón, que tiene más o menos mi edad, se fue a pasear por el hábitat de su niñez, por ese barrio de clase media, tirando a acomodada, donde en los años 60 y 70 vivió en una casa parecida a la de la película, y dejó que los olores y los ruidos de aquella época le hablaran y le dictaran lo que tenía que filmar. Además, parece que él mismo se hizo cargo de la fotografía y ese arremangarse para ocuparse de lo técnico sin duda aguzó su inspiración. No en vano dicen que a los escultores les habla el barro a través del tacto y al pintor el lienzo y los colores.  Pues imagino que a Alfonso Cuarón, cuando miraba por su cámara, mientras jugaba con los encuadres y las luces, se le dibujaban en el objetivo miles de escenas de aquellos años de su infancia, que le reclamaban un hueco en la película. Y, en efecto, ésta está un poco hecha como desde la perspectiva de los niños. Se me dirá: o desde la óptica de Cleo…, pero es que ella es también una outsider que, de tan jovencita y socialmente alejada del mundo de los blancos adultos, lo percibe desde el exterior, sin conocer sus claves. 

En puridad, la película no nos narra historias ni tramas, sólo nos presenta retazos, cuyo significado se medio-intuye, al modo y manera de cómo los niños ven de reojo la vida de los mayores. No nos declaran que hay un problema entre marido y mujer, sólo vemos de pronto un fotograma de discusión, un gesto de desaire, un instante en el que el padre pasa riendo con otra mujer, como en un sueño. Se ve entrar a la madre en casa por el estrecho paso de carruajes, dando golpes con el coche a izquierda y derecha; sale y parece algo bebida… Algo andará mal, imaginamos. La propia reunión de amigos (cercana al final, en la hacienda de unos allegados de la familia) se dibuja como una sucesión de escenas sin especial hilazón, a menudo exageradas, extravagantes. Como el hijo que se pega a la puerta para espiar una conversación, no nos cuentan lo que pasa, “no más” cazamos fragmentos a base de eavesdropping.  

Y todo esto, como anunciaba antes, probablemente lo pienso porque lo llevaba ya en la cabeza. En el post anterior, un poco socarronamente, afirmé que una operación matemática, la de multiplicar un número por su conjugado complejo, como forma de hallar su valor absoluto, contenía una clave sobre el sentido de la vida.  

Luego he estado leyendo sobre el filósofo Espinoza, uno que por cierto quería matematizar la ética… (Su obra principal es Ética demostrada según el orden geométrico.) 

Espinoza fue un gran tipo. De familia judía expulsada de Portugal y emigrada a Holanda, donde les amparó la tolerancia religiosa, estudió los libros sagrados hebreos, pero los consideró invenciones, motivo por le cual la comunidad judía pronunció un anatema contra él. Sin embargo, no se las arregló mal, gracias a la humildad de la que careció el novio de Cleo. Se ganó un modesto estipendio puliendo cristales (entre otros, para el científico Huygens). También le ayudó un amigo mecenas, que ocupaba un cargo político. Esto le permitió darse el lujo de rechazar una cátedra y así conservar su independencia de pensamiento. Al modo de Einstein, no creía en un dios personal, que hubiera diseñado y siguiera como en una telenovela los avatares de nuestras vidas, pero sí hablaba de Dios como sinónimo de la naturaleza o del universo. Pues bien, en lo que aquí interesa, Espinoza mantiene que, desde nuestra dimensión humana, nos es imposible comprender ese Todo, el cual supera nuestra capacidad de entendimiento.  

Quizá somos los seres humanos como el número real que no entiende las manipulaciones a las que se le somete, para hallar su magnitud: ¿por qué diablos -se interroga- me multiplican por mí mismo, para luego aplicarme la raíz cuadrada?  Lo mismo se debían de preguntar los niños de Roma y la propia Cleo, con su mirada incompleta: ¿qué pasa aquí, cuál es el juego que han montado los mayores, de qué va esto? Habrá que tener la esperanza de que, con la perspectiva adecuada, si pudiéramos ver el Todo, captaríamos su razón de ser. Ojalá nos suceda como cuando -en la entrada anterior del Blog- subimos un peldaño en el nivel de complejidad  y generalización, dando juego a los números complejos y su forma exponencial: a partir de ahí (¡final feliz!) todas las piezas lógicas encajaron como por arte de magia…  

Entretanto, aceptemos lo que hay. Y a seguir jugando, sin tomarse todo esto demasiado a pecho. A estos efectos, la película también tiene una metáfora: en un momento dado, los niños varones se pelean y la abuela los regaña, pues estaban jugando a sus juegos infantiles en plan muy competitivo, como si fueran la realidad