domingo, 12 de abril de 2020

Sabias mentiras


En estos tiempos de Coronavirus, que invitan a la lectura (con permiso del teletrabajo) he seguido la recomendación de mi hija sobre un libro que es del estilo de los que yo le recomendaría a ella: Homo Sapiens.

Veo ahí reflejada esa teoría de la que tantos se han hecho eco y que mismamente mencionaba en mi último post: la idea de que las invenciones o ficciones pueden ser muy loables, por falsas que sean, si animan a la acción, a una acción positiva. Pero lo que el libro tiene de llamativo es que enlaza lo anterior con la evolución. El autor sostiene que nuestra especie, el Homo sapiens, pega el salto evolutivo que la aúpa al dominio de la tierra, cuando desarrolla la capacidad no sólo de comunicarse, mediante el lenguaje, sino de mentir con el mismo. Prosperamos, no porque podamos advertir al vecino de que viene un león, o mencionar cualquier otra cosa tangible, sino cuando parimos ideas abstractas, que no se refieren a nada que exista: cuando creamos un ídolo como el de la escultura de la imagen, dioses y demonios, infiernos y paraísos, instituciones, naciones o ideales como la  fraternidad, los derechos humanos o la democracia... Y ello porque esas quimeras tienen la virtud de impulsarnos a actuar y sobre todo de hacerlo cooperativamente, aunando a decenas o cientos o miles y miles de personas en torno a un fin común. Son mentiras, pues, pero mentiras prácticas. Lo que hay que ver, sin embargo, como decía antes, es si esa acción concertada es positiva o negativa, si trae un mundo mejor o lo empeora.

Es curioso que esta tesis tiene buena prensa cuando se trata de atacar: cuando se aplica para desmontar mentiras dañinas. Leía antes de este libro el de Vargas Llosa, Tiempos recios. Denuncia
este volumen cómo un acto de propaganda, orquestado por la multinacional United Fruit, consiguió en los años 50 convencer a EEUU y al mundo entero de que el gobernante de Guatemala era un peligroso comunista, cuando al parecer el pobre hombre (que al final fue derrocado y tuvo un triste final) era solo un reformista bien sensato, que buscaba instaurar en su país una democracia "a la americana".

Está bien esa denuncia y máxime si viene de la linda mente y con el lindo envoltorio de palabras de un pensador tan agudo, por cierto injustamente denostado (otra fea mentira) por quienes le acusan de haberse tornado conservador, cuando lo que es, simplemente, es una persona con sentido común... Mas no nos desviemos del tema. Decía que no lo niego: hay que airear las mentiras que nos llevan al error, que hacen peor el mundo. Pero lo que no tiene tan buen cartel es ensalzar una idea benigna, una que sirve para redimirnos y, pese a todo, reconocer que es una pura invención.

Con esta ceguera me he enfrentado esta semana, en mi profesión jurídica. Para salir de un atolladero legal, he propuesto un cuento, una comedia, una narración. Se trata de acordar con la contraparte que vamos a acabar allí, pero para eso yo le pido que tal y él me contesta que cual y al final nos arreglamos con una solución transaccional, lo cual las autoridades verían como muy razonable y no nos buscarían unas cosquillas que, de otra manera, en ausencia de esta representación, nos encontrarían. "¿Es esto un fraude de ley?", les dije yo mismo. "No", les contesté, antes de que mis interlocutores pudieran salir de su estupefacción, "porque es una representación que refleja el patrón de conducta correcto, el modo en que deberíamos habernos comportado, a la vista de las circunstancias excepcionales que nos rodean (precisamente, las del virus). Si por pereza mental, por inercia, actuáramos como lo haríamos en circunstancias normales, estaríamos construyendo otra patraña también, pero una perjudicial a nuestros intereses". ¿Qué cosa más razonable, verdad? Pues no hay quien lo entienda en mi entorno. Unos por ser "personas ingenieras" y otros por ser "personas europeas del norte" (y por ende, me temo, algo "personas calvinistas")... el caso es que a todos se les escapa el razonamiento.

Y es que, en efecto, lo bueno, en la mentalidad oficial y bienpensante, tiene que ir unido a una protesta de verdad. Tiene que ser un descubrimiento de una especie de matemática oculta entre los átomos, que no admite réplica. No puede ser una creación, un acto de voluntad y, sobre todo, pragmático, con el que se trata de realizar un objetivo, por vericuetos más o menos debatibles. Ah, pero ahí interviene la propia Ciencia, representada por la biología evolutiva, para darle en las narices a los ortodoxos: la verdad científica es que, en nuestra propia naturaleza como Homo Sapiens, grabado a fuego en nuestros genes, ¡está que hemos de fabular siempre, para bien o para mal!

Homo conceptualis, precisamente, es una expresión que se me ocurrió hace tiempo, para poner de manifiesto que los humanos vemos la realidad a través del cristal ahumado de conceptos, lo cual es malo, porque distorsiona esa realidad y conduce al absurdo de matar o morir (o dejar de vivir...), por mor de defender castillos en el aire. Por eso sugería que sapiens era un título prematuro, que aún no merecemos y que habría que reservar  para una especie futura, aún embrionaria (véase aquí). Pero ahora este libro me recuerda que la sabiduría también va unida al concepto, que todo lleva aroma de mentira, lo bueno y lo malo... Así sea, pues. Amen.

Nos conduce esto a otro de mis temas queridos, el de Dios. Hoy he tenido, al hilo de estas reflexiones, una epifanía: el famoso problema de "creer que Dios existe o no existe" es, como tantos otros, un falso dilema. La razón es obvia: hay que creer en Dios ¡precisamente porque no existe!

Y me explicaré muy bien, sin esperanza de convencer sobre la bondad de la idea ni a los ateos (que estarán de acuerdo en la inexistencia del sujeto, mas no en la extrema utilidad del concepto) ni a los creyentes (que alabarán el concepto, pero se escandalizarán ante el componente que de mentira tiene).

Me inspiro en el concepto de Dios de Joel Osteen, un predicador americano, que oficia en lo que fue el viejo estadio de los Houston Rockets y concita una enorme audiencia televisiva. Esta descripción del sujeto espantará a muchos, pero puedo asegurar que es un chico excelente. A mí, por lo menos, me encanta oírle y verle en YouTube.

Joel se apoya en pasajes bíblicos del Viejo o Nuevo Testamento como lo que son, metáforas que comunican un mensaje, mas lo hace siempre con un objetivo práctico, nada fanático: no condena conductas sexuales, ni busca adhesión a dogmas incomprensibles, ni tampoco la confrontación política; sólo quiere que la gente tenga fe en sí misma, confianza ante las adversidades, disfrute de la vida y sea compasiva. Podría pasar pasar por un simple psicólogo, otro gurú de la auto-ayuda, si no fuera porque la clave de su receta es creer en Alguien, un Dios que es... Bueno, no pretendo en este post reproducir la "teología" de Joel. Queda para otras ocasión, quizá. Solo resaltaré lo que aquí interesa: que ese Alguien no existe.

En efecto, es un Padre que confía a ciegas en nosotros; nos manda adversidades, es verdad, pero al objeto de enseñarnos a ser fuertes y humildes y compasivos; nos obliga a desarrollar "músculo espiritual", porque tiene grandes planes para nosotros, en los que seremos líderes, mas líderes en servicio; y quizá seamos ricos, mas no en bienes de este mundo (si bien tampoco nos los quitará,  si son instrumentales), sino en fortaleza y paz interior; en este camino, podemos cometer los peores errores; de paso a la integridad, quizá seamos ladrones; antes de sencillos, soberbios; antes de puros, lascivos; nada importan los rodeos, el Padre los perdona, porque sabe que nos hallamos under construction; y lo mismo que Él es indulgente, otros nos juzgarán y reprobarán, pero no ha de importunarnos esto, porque solo a Él (es decir, a su plan para nosotros) debemos complacer.

Pues bien, mire Usted a su alrededor. ¿Existe Alguien así, que le tenga en tan alta estima, que a tan alto quiera encumbrarle, a quien no le importe de tan bajo sacarle y a quien pueda mirar siempre, con la certeza de recibir su apoyo y su guía? Evidentemente, no. Ah, yo pienso mucho últimamente en mis padres. Fueron buenos y fueron gente especial. Tengo muchas ganas de escribir algo sobre ellos... Pero eran humanos y, como todos nosotros, fallaban y un día faltaron. El Padre no tiene estos hándicaps: es inmortal, todopoderoso e infalible y nunca deja de trabajar a nuestro favor, con el máximo tino. Así las cosas, no hay espacio para la duda. La empresa de la vida, de una vida plena, es demasiado importante como para dejarla al albur: si existe un recurso que garantiza el éxito del viaje, hay que pertrecharse con él... No seamos puntillosos, porque nos jugamos demasiado. Cosas que son de tan ventajosas, casi imprescindibles, no las podemos poner en riesgo por un quítame allá esas pajas, por la tontería de si "existen o no existen".

Ahora bien, naturalmente, al que no le guste este concepto de Dios, que lo diga y -parafraseando a Groucho Marx- miramos a ver si se podemos inventar otro mejor, pues si así fuera, sería divino... Y quien, pese a todo, no esté conforme con este proceder, podrá irse ufano, mirándonos condescendiente, porque necesitamos agarrarnos a una ficción para sobrevivir. Y se irá tranquilo, acariciando con todo derecho -como buen Homo sapiens- su propia mentira, la de su preferencia...