Inauguro este Blog inspirado por el post de Eva Aladro sobre el documento que han presentado conjuntamente la ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social y el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades: el llamado “Plan para la Protección de las Personas frente a las Pseudoterapias” con el que se pretende, se dice, eliminar las pseudoterapias de los centros sanitarios y las universidades, entre otras cosas. Remito a la entrada de Eva para un juicio sobre la calidad del documento en cuestión. Yo la verdad ni me he leído el Plan, ni lo pienso leer, así que no entro en si es bueno o malo. Me interesa más bien el tema de fondo que también trata fenomenalmente Eva, la relación entre Ciencia y lo que, hoy por hoy, se deja extramuros de la misma. Y es que este Blog va de eso, de los lugares liminares, de las fronteras y puentes entre disciplinas. Precisamente toma su nombre de la frase latina de Quintiliano Facilius est multa facere quam diu (es más fácil hacer muchas cosas que hacer una durante mucho tiempo), porque a la postre me he reconocido a mí mismo que me gusta picar de muchos ámbitos del saber, sin comprometerme con ninguno, con lo cual me disperso, pero es que, demonio, esto es lo que me atrae, ésta es mi “especialidad” y si me divierte, pues adelante y que salga el Sol por Antequera. Así las cosas, el tema que suscita Eva es bien apropiado, porque trata de la Gran Frontera, la que separa “lo que es y lo que no es” en el mundo del saber, el cielo del infierno del conocimiento, la ciencia de la superstición.
Mi posición es fácil de explicar: lo bueno
es evidentemente lo científico, la luz de la razón y el método empírico; el drama
es empero que la tendencia mayoritaria de la comunidad científica (en el
sentido administrativo: los que llevan ese título en sus tarjetas de
presentación) consiste en despreciar de plano procedimientos, teorías y modelos
que son cuando menos protocientíficos, esto es, podrían perfectamente acceder
al paraíso de la ciencia reconocida como tal si se sometieran a investigación y
desarrollo; si esto no sucede, es sólo porque el estudio de dichos saberes,
llamados “alternativos”, se rechaza por intereses, prejuicios y miedos, que
nada tienen de científicos.
Sobre el tema escribí en el prólogo
del libro de José Luis Yuste, que narra la vida de una amiga común, titulado La historia de Keiko
. Keiko es una persona excepcional,
que se casó con Santiago, quien fue amigo mío desde la infancia hasta que por desgracia murió
hace ya unos cuantos años. Formaron una pareja curiosa. Les unió la música (se
conocieron en una academia del barrio de Salamanca de Madrid: ella tocaba el
violín, él el piano). Ella era mayor que él, una mujer fuerte y de mundo; él, un chico tímido y sensible, algo
atormentado por una vida difícil y que hasta poco antes lucía look de punky. De ahí que Santi, quien pese a todo tenía bastante gracia,
hablara de Keiko como si fuera un personaje. Keiko Watanabe, me contaba, es
patinadora; o es una gran amazona; o tiene, y esto es lo que viene a cuento,
trato estrecho con los espíritus. En efecto, para empezar, ella dio un giro
radical a su vida y se vino a España, con la determinación de aprender a crear
trajes de flamenco, porque de alguna forma su hermano, ya fallecido, le insufló
la idea en una suerte de comunicación telepática. Otro ejemplo: antes de irse a vivir con Santi, cuando por las noches Keiko se disponía a dormir, se posaba en su pecho un espíritu que la aprisionaba. En la
tradición japonesa, a ese intruso se le denomina kanashabari, algo equivalente a los íncubos del folclore cristiano. Cuando escuchó esto, José Luis, el autor del libro antes mencionado, investigó el fenómeno y llegó a la conclusión de que tenía una explicación científica:
es sencillamente una dolencia o condición médica, la “parálisis del sueño”,
que puede tener un origen genético o ser activada por el stress; en todo caso, no es peligrosa. A mí esto me parece fenomenal,
porque el mero conocimiento sobre la verdadera naturaleza de la causa sirve ya
de terapia: la tesis del espíritu es supersticiosa porque genera un miedo que aumenta
el stress y alimenta la dolencia,
mientras que cuando uno le echa la culpa a una jugarreta de las células, bien
puede tranquilizarse, como si estuviera en una atracción de feria algo
exigente, sabiendo que al fin y al cabo es segura, lo cual probablemente conlleve
una relajación sanadora. Keiko también gustó de esa explicación, mas no sin
insistir en que a ella le curó quemar unas varitas de sándalo antes de irse a
dormir, unido a la presencia de mi amigo, que le dio un impulso a su vida y su
felicidad. Curioseando por Internet, veo que hay muchas personas que atribuyen valor
curativo del kanashabari a cosas como
“pensar en Dios”, normalmente como una presencia amistosa que nos apoya y, si
no hace que nos toque la lotería, por lo menos da sentido a la vida.
Pues bien, aquí interviene, como decía
en aquel prólogo, el “principio de correspondencia”, muy querido por los científicos. La teoría de la
relatividad especial de Einstein cambia las fórmulas de la mecánica; la relatividad
general, las de la gravedad; la física cuántica, por su parte, introduce
probabilidades allá donde antes había certezas. ¿Cómo se explica entonces que
lleváramos siglos utilizando las fórmulas erróneas con resultados aparentemente
correctos y que aun hoy una nave viaje a Marte con un diseño exclusivamente clásico? Se explica porque la precisión que
garantizan las nuevas teorías solo es necesaria en situaciones extremas:
velocidades cercanas a la de la luz, campos gravitacionales potentísimos o interacciones
microscópicas, respectivamente. Pero en la vida cotidiana, incluso viajando en
cohete por el sistema solar, el error de lo clásico es nimio o sencillamente
inexistente. Ojo: esto no significa que cada teoría tenga su ámbito de
aplicación propio. Las nuevas teorías valen para todo, explican también por qué,
por ejemplo, los efectos cuánticos quedan enmascarados en el ámbito
macroscópico. Pues bien, por las mismas, en justa aplicación del principio de
correspondencia, la Ciencia -para convencerme de que sustituye y en todo desplaza a la sabiduría tradicional
de Keiko en punto a la “parálisis del sueño”- tendría que ofrecer una explicación
racional al efecto terapéutico de las varitas de sándalo y la sensación de “sentido”.
Antes de dejar de escuchar lo que, durante siglos, ha funcionado,
antes de arramblar con todo lo tradicional, yo necesito una nueva teoría que
sustituya íntegramente a la antigua y me garantice todo lo que ésta me proporcionaba.
Y desde luego, la entrada de Wikipedia antes referida no lo consigue. Ah, ya lo
estoy oyendo, alguien estará pensando, “sí, hay una explicación universal, que
sirve de auténtica panacea para tirar al vertedero todo lo antiguo: esas
supercherías funcionaban por el efecto placebo”. Lo cual es increíble: ¿cómo se
puede reconocer que la sensación de tener una ayuda, de estar recibiendo un
apoyo curativo, es sanadora y no gritar "Eureka" y correr a dedicar un buen pedazo de los recursos
financieros disponibles a estudiar y potenciar esta “medicina”?
Atención: no digo que haya que dar pábulo
a las creencias, por ejemplo de tipo religioso, que acompañan a los modelos tradicionales.
Todo lo contrario: como a todos los conceptos, a los modelos explicativos hay
que adelgazarlos a ultranza y dejarlos auténticamente en cueros, desnudos de
todo adorno especulativo y mostrando exclusivamente lo que cuenta, lo empírico.
¿En qué se traducen en la práctica las recetas alternativas, cuál es el input que meten en la máquina, y qué efectos
causan, cuál es exactamente su output?
Ello con el objetivo de intentar detectar, como si estuviéramos ante una función
matemática, la regla que une lo uno con lo otro, la fórmula mágica que
transforma x en y. No se trata de seguir aferrados a la idea de un demonio,
pero sí de comprender por qué un aroma o una presencia protectora, real o imaginada, “lo”
espantan.
Otro ejemplo, que nos puede servir
precisamente para hacer ese ejercicio: el de los curanderos. Este es más excitante, porque no se basa en ningún placebo ni nada que se le asemeje. Pero
veamos por qué y cómo me intereso por ellos. Hace un par de veranos la temática
saltó, como si dijéramos, sobre mí: varias personas me contaron experiencias
con ellos y me dije, voy a grabar una serie de vídeos con esos relatos, para
que no se pierdan. Por supuesto, terminó el verano y me olvidé del proyecto, aunque
al menos sirva ello como gasolina para esta entrada. Un vecino nuestro,
durante una agradable cena en la terraza del apartamento de Denia, nos habló de su abuela, la tía Alforjas, que es un personaje por todos conocido en Colmenar Viejo. La mujer
arreglaba tendones con las manos. ¿En qué universidad aprendió, qué título
obtuvo? En ninguna, ninguno, obviamente. Son “dones” que una persona de pronto
se encuentra, o lo “recibe”, no se sabe cómo, de otro enterado de la comunidad.
Nosotros comentamos el caso de la Sergia, una mujer de Nieva (provincia de
Segovia) que curaba quemaduras. Esta lo hacía por vía inalámbrica: bastaba
identificarle a la persona mediante una llamada telefónica y ella se aprestaba
a rezar unas oraciones, que la sanaban. Nosotros lo comprobamos: de pequeña mi
hija cogió un plato de sopa muy caliente, que se le derramó sobre el pecho. En
el Hospital de la Paz le hicieron la primera cura y ya advirtieron de que le
quedaría marca. Por la noche mi suegra llamó a la Sergia, que se quejó de que
habíamos tardado en reclamar su ayuda, pero se puso al tajo de inmediato. Al
día siguiente en el Hospital alucinaron: ya no se requirió una segunda cura y mandaron
a la niña casa. “Estas cosas pasan a veces”, “explicaron”.
Suelen ser los curanderos gentes de
pueblo, sin mayor formación. Son buenas personas, que se sienten imbuidas de
una misión. No cobran por sus servicios, o perciben la voluntad, o tarifas muy
moderadas. “Heredan” el don, pues lo tenían familiares y ellos lo continúan,
como si les viniera en los genes, o lo reciben de un maestro, que no tiene que
esforzarse tampoco en practicar una enseñanza muy reglada, sino que la
capacidad se aprende de forma harto intuitiva. La curación, sin embargo, no es
tan milagrosa, porque está sujeta a límites y condiciones físicas. Así la tía
Alforjas necesitaba de la manipulación física, no obraba a distancia. En cambio,
la Sergia sí operaba sin hilos, pero requería que la quemadura fuera reciente. Bien,
será otro ya el que investigue los detalles de inputs y outputs. Yo solo
quiero destacar que hay que hacerlo y me atreveré a apuntar algunas hipótesis
sobre por dónde pueden ir los tiros, por supuesto sin ningún fundamento, solo
por jugar con las ideas.
Richard Dawkins, el biólogo
evolucionista, ateo militante y tipo listo donde los haya, se suele referir a
la facultad de “ecolocación” que tienen los murciélagos. Envían sonido a las paredes y cuando rebota y
regresa a sus oídos, esa onda reflejada les reporta información sobre los objetos
que se hallan en su trayectoria, lo que les permite navegar entre los mismos. Este
mecanismo natural, con el que la evolución ha equipado a los murciélagos, semejante a los
sónar que llevan los submarinos, no es muy distinto del de la visión, o sus equivalente artificiales, como el radar. Cuando en una habitación oscura encendemos
una linterna, lo que hacemos es enviar un grupo de scouts a explorar el terreno (un haz de luz blanca, que contiene
todas las frecuencias de vibración o colores); algunos no regresan jamás porque
encuentran una isla bonita donde prefieren vivir (son absorbidos por los
objetos); y son los que retornan los que nos soplan el color de los objetos, que
es precisamente el que rechazan o reflejan. ¿Pero a quién se lo soplan? A los
órganos receptores, a los micrófonos (los oídos) o las cámaras (los ojos), que
a su vez envían la información recopilada al ordenador central (el cerebro),
que la interpreta y le da la apariencia de la percepción: visión, sensación de
melodía o ruido o el propio tacto suave o áspero. Y aquí empieza lo
interesante: el hecho de que el cerebro puede jugar con los bytes de
información que recibe como le dé la gana. Por ejemplo, Dawkins sostiene que los
murciélagos literalmente “ven” con los oídos: su cerebro monta una auténtica
película del paisaje que les rodea.
Gracias al sitio delanceyplace.com, que te envía
si lo pides un email con extractos de libros, he recopilado varias referencias sobre
este tema:
La más reciente es el caso de un niño, ciego a raíz de un cáncer, que adquirió la facultad de
ecolocación. Los murciélagos no hablan y por eso no nos pueden confirmar si de
verdad ven con las orejas. Este niño sí lo hizo: le dio por hacer un clic con la boca y gracias al sonido
reflejado por los objetos, su cerebro fue desarrollando la facultad de componer
imágenes de los mismos. El chico murió a causa del cáncer a los 16 años, después
de dejarnos ese testimonio tan valioso, aparte de su ejemplo vital.
Otra referencia versa sobre un aparato para ver a través del sentido del gusto. El investigador Kurt Kaczmarek conectó una
cámara a un dispositivo que colocaba bajo la lengua del paciente, por ser este
un órgano muy sensible y buen transmisor de sensaciones. Lo llamativo es que los
estímulos así recibidos eran procesados por el cerebro del usuario, pero no por
la zona que se nutre de los inputs
gustativos o táctiles, sino por la que procesa la visión. Gracias a la
plasticidad del cerebro, se crearon las conexiones neuronales necesarias: los operarios
cerebrales tendieron los cables entre habitaciones precisos para arbitrar esta
comunicación.
A la luz de estos descubrimientos
científicos, la clarividencia de los curanderos táctiles parece juego de niños.
Nada impide que una persona sensitiva pueda captar información con las manos y de
alguna manera ver una lesión y repararla, con tanta precisión como un médico
que está operando guiado por una pantalla que reproduce las imágenes que le
envía una micro-cámara.
El siguiente paso sería la
clarividencia sin hilos y para considerar esta posibilidad ayuda una tercera
referencia. Hoy se ha avanzado mucho en las llamadas brain-computer interfaces (interfaces cerebro-ordenador):
electrodos colocados en la cabeza que, por ejemplo, permiten a una persona
afectada de parálisis controlar un cursor o a un mutilado gobernar un miembro artificial.
El siguiente paso, del que precisamente trata el vínculo anterior, es la
comunicación entre dos cerebros, vía cables que conectan los respectivos cascos
con electrodos. Y no debería extrañarnos, en el mundo en que vivimos, que el
siguiente paso consista en que la señal viaje de forma inalámbrica y la capte un
receptor adosado al cerebro. Y el siguiente al siguiente paso bien podría ser
encontrar las claves para que la comunicación de cerebro a cerebro se produzca
sin portar casco alguno en la cabeza, simplemente poniendo en comunicación emisores
y receptores que ya están en nuestros cuerpos, aunque hasta hoy sólo algunos hayan
desarrollado la capacidad de usarlos. En este caso, a lo mejor se confirma que
las curaciones a distancia son posibles porque el emisor lanza un mensaje al
receptor que éste percibe de modo inconsciente, dando entonces orden a sus
células para que activen los mecanismos de curación, y todo ello precisamente porque
el mensaje en cuestión sería valioso (portaría un código útil para activar el
proceso curativo).
Ahora bien, para llegar ahí, lo que
haría falta es que los investigadores emplearan su energía, no en decir que no
hay curanderos eficaces, pues haberlos haylos, sino en escrutar sus métodos y
sus resultados con el fin de detectar por qué y cómo funcionan, sirviendo
ello de orientación y modelo para a lo mejor replicar y desarrollar sus trucos.
Si esto no sucede, ¿por qué es? Caben hipótesis: el prejuicio de que sólo es
científico lo que consiste en pastillas y dispositivos electrónicos; entre las empresas de salud, la convicción de que estas soluciones no les reportarían beneficios; entre los
investigadores, la sospecha de que no son éstos temas atractivos en el mundillo académico, que les permitan ganar el
apoyo de un gurú docente, una beca o financiación privada; para las revistas
científicas, el temor a romper moldes o perder prestigio o las ayudas de los poderosos… En fin, razones
nada científicas…
Un comienzo espectacular!! Enhorabuena y adelante con esas ideas tan divertidas como profundas!!
ResponderEliminarPor cierto un caso genial de traducción de impulsos a otras interfaces es el de Helen Keller, sordomuda y ciega que aprendió a leer con las imágenes del alfabeto de sordos que le dibujaban en la palma de la mano. Era profundamente poética y decía que toda la belleza puede entenderse y expresarse en sistemas sensoriales dispares que son análogos... abrazo
Muy bonito libro de mi infancia, el de Keller. Todavía la recuerdo desmañada y salvaje, cuando se hizo cargo de ella la maestra... Y sobre la unificación de los sentidos, se me olvidó mencionar la sinestesia: las personas que sienten el sabor de las palabras o ven colores en una sinfonía.
ResponderEliminarNo soy anónimo, soy el nieto de La Tia Aljorjas.
EliminarQuiero hablaros un poco de ella, Catalina, ni abuela paterna. Desde el aspecto personal era una persona integradora, muy abuela que quería estar rodeada de sus nietos.
Nació a principios del siglo pasado, familia humilde y en plena madurez la pilló la guerra civil.
Volvamos al aspecto de abuela. Cómo nos quería, cómo quería que fuésemos a verla. Recuerdo cuando la instalamos el teléfono fijo, que lios se hacia con nosotros. Te llamaba y te decía otro nombre de otro nieto, pero daba igual, todos ibamos a verla encantados y además siempre tenía algo que ofrecernos. Unos dias te decía que bajaramos a por miel, o a por chorizos en aceite,o requesones, setas de cardo o también cardillos....
Si preguntáis en Colmenar Viejo, que es donde vivía, casi todas las personas de una mediana o avanzada edad os dirán que cuánto la echan de menos. Yo también abuela te echo mucho de menos.
Ella decía que Dios le había dado un "don" para arreglar los tendones. Nos contaba que cuando era pequeña jugando con su hermana Nicaela la arregló una rodilla que le dolía. En ese momento seguro que aún no sabía de lo que iba a dar de sí su sabiduría.
Cuántas veces ibas a su casa y veías en el portal varias personas que la estaban esperando cuando no estaba en casa. Sobre todo eran de fuera de Colmenar, que, claro está, no iban a irse a sus lugares de residencia sin que les atendieran.
Imaginar para atender a la gente que no era nada convencional. En su salita de estar, con su mesa camilla y sus cuatro sillas, donde veía la televisión y sus corridas de toros, que aficionada era, como mi padre, cuánto me acuerdo de tí papá. Allí mismo tenía su tacita con el aceite de oliva, que untado en su delicados dedos facilitaba ese masaje para que los tendones volvieras a su estado primitivo y que al final te curases.
Recuerdo que te hacía todo un "tercer grado" de un interrogatorio de querer saber de qué familia eras o de dónde venías. Cuánta gente conocía, y sobre todo la conocían
Miestras te masejeaba los tendones no paraba de hablar y sin darte cuenta te decía "ya está, me has traido venda", daba igual que no la hubieses traido porque siempre tenía alguna para ponerte y cuando la decía que qué la debía, te decía "la volundad que ya sabes que yo no llevo nada". Unos la daban 500 pesetas, otros menos e incluso alguna mucho más.
Os cuento la visita que tuvo de una señora francesa que desde París llamó al Ayuntamiento de Colmenar Viejo para preguntar que si aún vivía, y al decirle que si, se traslado para ser curada de una dolencia de tendones (sólo curaba tendones dislocados) y cuál fué su sorpresa cuando la díó diez mil pesetas. Como alucinaba mi abuela.
Otra visita inusual para ella fue la de un médico del Real Madrid, que la dijo, Vd no me conoce verdad, y ella, poco aficionada al futbol, le dijo que no y cuando se presentó la dijo que lleva de médico en médico y que había oido hablar de ella y sin dudarlo la visitó. Por supuesto, no regresó más, no tuvo la necesidad de volver, le curó.
Cuando te ponía la venda te decía, yo no curo el dolor, se te pasará pronto y metételo en agua caliente con sal y sin quitarte la venda, luego secatela con el secador del pelo de la mujer que lo tendrás.
Cuánto me acuerdo de tí abuela, y cuánta gente más. Siguen diciéndomelo abuela.
No me digáis cómo lo hacía, era un don que la había dado Dios.
¡Qué bonito, José Luis, no quiero creer que se puedan perder esos dones y, sobre todo, esas personas!
EliminarEnhorabuena por este nuevo blog. Siempre aprendo contigo y tienes la capacidad de hacerme pensar de forma no emocional. Y me llevo de regalo, al leer los comentarios, que soy sinésteta, lo cual desconocía.
ResponderEliminar¡Gracias Esojairam! Y ya me explicarás cómo te funciona la sinestesia, ¡tiene que ser divertido y seguro que útil!
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