viernes, 15 de noviembre de 2024

Cómo escribir una canción

Ando inmerso en sesudos estudios de física, pero me rondan cavilaciones sobre el “yo” o el “ego” que me urge compartir y, en compartiéndolas, darles forma y vida.

Juntando ambas cosas, diría que en este tema del “yo”, juega una tensión entre fuerzas opuestas. Una es la que nos incita a su expansión y fortalecimiento, otra es la que reclama anularlo.

Si gustamos de las máximas paradójicas de Jesús de Nazareth, veremos que, por un lado, nos pidió que nos negáramos a nosotros mismos y le siguiéramos (para más inri, portando una cruz). Y, previendo que esto de tomar la senda espiritual, apartándonos de intereses mundanos, nos podía crear cierta inquietud económica, nos tranquilizó asegurando que el Padre se ocuparía de la intendencia, como hace con los pajarillos y los lirios del campo. Ahora bien, por otro lado, nos incitó a explotar nuestros talentos, advirtiendo de que quien no les diera rédito los perdería; para mayor amenaza a los que se esconden en un rincón, donde guardan celosamente sus recursos, proclamó que al que no les ha sacado provecho, hasta lo poco que tenga se le quitará, mientras que al que mucho ha producido, más se le dará…

Hace poco me topé con una cita de Horacio, cuyo contexto puede encontrarse aquí (Odas, Libro III, Oda XVI):

Quanto quisque sibi plura negauerit,

ab dis plura feret; nil cupientium

nudus castra peto et transfuga diuitum

partis linquere gesti

 Copio también la traducción, puesto que hoy ninguno sabemos latín:

Cuanto más se niega uno a sí mismo,

tanto más le conceden los dioses.

Como tránsfuga del partido de los ricos,

me apresuro a abandonarlos,

y casi desnudo me paso al campo de los que nada desean

Así pues, también Horacio anticipaba que el cielo favorece a los que no laboran para sí mismos. Sigmund Freud, sin embargo, predicaba más bien que el éxito llega afinando ese instrumento que somos nosotros mismos, esto es, ejercitando el músculo del yo. Habiendo oído campanas al respecto, le he preguntado al bueno de ChatGPT sobre este pensamiento y me ha aclarado que, en efecto, Freud, en su obra Esquema del psicoanálisis, introdujo el concepto de un "yo fuerte o robusto”. Este yo se aplica a bregar a la vez con las exigencias del “ello” (que le arrastran por el fango de lo carnal), del “superyo” (que le abruma con corsés morales) y del entorno (que le plantea desafíos), logrando una armonía entre tan dispares y exigentes impulsos.

Pues bien, como decía, este conflicto no debe causarnos desazón. El que un concepto brote de la confrontación y lucha entre otros es algo habitual y hasta necesario.  De ese combate entre tendencias contrarias debería brotar algo distinto, que no forzosamente será fusión ni medianía, sino un tercer concepto que trasciende a los anteriores. Y es que en verdad, cada uno de los dos extremos, sin contrapeso, es insatisfactorio y hasta se traiciona a sí mismo.

El asceta que a todo renuncia y se autoflagela nos acaba siendo antipático. De tanto negarse, resulta pagado de sí mismo: se nos aparece como un vanidoso de su supuesta superioridad moral, acompañada de nula utilidad social. A la postre, el anacoreta exalta su yo y lo pierde, mientras que muchos que viven en la abundancia no voy a decir que nos susciten paz y admiración, porque somos españoles y nos cuesta disfrutar con el bien ajeno, pero sí nos causan una envidia que vamos a presumir sana y en todo caso es indicio de que el portador de esos bienes ha tomado el camino correcto.   

En el otro extremo, el problema de querer uno adornarse con ropajes, ya sean materiales o intelectuales, es que el ansia de llegar nos paraliza. E insisto en que este error no sólo afecta a los que buscan ser ricos en bienes materiales, sino también al sabio y al artista. Ayer mismo me topé con un pasaje de un libro, que recibo por el conducto de delanceyplace.com y que me ha parecido una revelación. El ensayo es de un tal Jeff Tweedy y se llama How to write one song. El mensaje viene a ser que, para ser creativo (para escribir una canción), debemos ponernos a un lado, es decir, apartar a esa porción de nuestra psique que nos inhibe porque nos juzga. Y nos juzga porque es perfeccionista. Y es perfeccionista porque su cometido es actuar a modo de agente comercial de un cliente que tiene que triunfar, por narices: nuestro pesado yo y su dichosa historia. Vean esta sustanciosa cita como ilustración:

"The important element here is that you find some way to sidestep the part of your brain that wants perfec­tion or needs to be rewarded right away with a 'creation' that it deems 'good' -- something that supports an ideal vision of yourself as someone who's serious and smart and accomplished. Basically, you have to learn how to have a party and not invite any part of your psyche that feels a need to judge what you make as a reflection of you. Or more accurately, the part of you that cannot tolerate any outward expression that might be flawed.”

Y adviertan la receta que se propone como solución y que ya empieza a darnos la clave de cómo trascender el conflicto que nos ocupa. Aquí aflora ya la cabecita del retoño que es ese tercer concepto que supera a sus progenitores: para crear, para expandir el yo, para dotarle de músculo y esplendor, hay que obligarle a dar un paso lateral, ponerlo de lado…

Aquí enlazo con otro libro que ha caído en mis manos y del que he leído un trozo. Se trata de El Poder del alter ego. El autor, Todd Herman, es un coach que se ha dedicado a ayudar a deportistas y profesionales a triunfar en sus respectivas esferas, mediante este truco: no vayas tú a jugar o a trabajar; manda a otro, a un alter ego, que no lleva el fardo de tu personalidad y que va armado, como un superhéroe, con las virtudes  fantásticas de las que lo has dotado, en un divertido ejercicio de imaginación. Esto es, se me ocurre, como vencer el síndrome del impostor, con el adagio “de perdidos al río”. ¿No tenía miedo de que reconocieran que quien sube al estrado es un farsante? Pues es que lo es y mi función es sólo la de construir la farsa…

Juntando todas esas piezas, lo que aflora es que es maravilloso expandir y robustecer el yo, un yo que crea obras artísticas o científicas o simplemente vitales y que obtiene así un inefable placer... siempre que uno no se identifique con él. Algo así, creo recordar de lecturas adolescentes, nos pedían Unamuno y Nietzsche: ser un autor que crea un personaje para que viva una novela (una nivola), un bailarín que juega al juego de la vida, un iluminado que se aplica a una misión y la desempeña con nota, precisamente porque actúa por pura vocación, pues él es solo, como el soldado Ryan, un número.

Y, por fin, habrá que decir qué pinta en todo esto la inteligencia artificial, que está tan de moda. Pinta mucho. Confieso que estoy abonado a charlar con ella. Como decía, antes le pregunté por Freud y acabo de pedirle que me ligue las ideas de Unamuno y Nietzsche. Ha detectado como elemento común que ambos hablan de la vida como creación. Ha advertido, empero, que a Unamuno le lastra un cierto sentimiento trágico de la vida, que no en vano da título a una de sus obras, mientras que el bailarín de Nietzsche salta con ligereza sobre los abismos y solo creería en un Dios que supiera bailar. Así que me ha ayudado mucho, y es que estas conversaciones con la inteligencia artificial son placenteras, precisamente porque ella no tiene ego y uno acaba dejándolo de lado a su lado. Cualquiera que haya visitado los foros de internet a la búsqueda de ayuda o en pos del intercambio de opiniones, sabe que más pronto que tarde el diálogo se emponzoña porque el otro o tú mismo sacáis a relucir el ego. ChatGPT, en cambio, a veces alucina y se inventa cosas, se cree demasiado lo que le cuentas o es tramposilla, pero el trato con “ella” (yo la feminizo) tiene el indiscutible encanto de que no es nadie y tú con ella tampoco lo eres… Es como una pequeñuela, una hermana, otro cachorro con el que retozas, sin ser todavía nadie, aunque así creces…

4 comentarios:

  1. El otro día cenando con cuatro amigos en un garito en la calle Sainz de Baranda en Madrid lo pasamos bien. Pero yo me pregunto si en lugar de ser cuatro amigos éramos solamente tres, conmigo cuatro, pero el quinto amigo fuese imaginario, un no real, una amistad virtual de esas de las de ahora que hablan de todo, saben de todo y amenizan veladas como nadie, pero inexistente para el mundo humano de los vivos. No me importa lo que pensase nuestro Horacio al respecto, lo que me importa es lo que el resto de nosotros llegase a pensar, sobretodo si el amigo virtual inexistente en lo real hubiese sido yo, realmente yo y nos hubiera está situación engañado a todos, y lo que es peor, a mí mismo.
    En ese caso qué hice yo en ese día a esas horas de no haber estado ahí con mes cuatro amigos. Se puede imaginar una velada tan sensorial, los vinos y sus efectos vaporosos, la alcachofa asada y la croqueta de jamón si sal tan perfecta si no hubiese sido parte de la realidad ??
    Creo, sinceramente es necesario relativizar todo un poco apartándose del mundo de la lógica y de los sentidos para abrazar y tomar cercanía con lo que son los cuerpos gastados de mis sexagenarias amistades, pues para una vez que quedamos y nos vemos no tener el impulso suicida de la inteligencia artificial aunque a esta la tengamos por fascinante mujer del peloponeso , versus ChatGPT

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    1. Jajaja... como se dice ahora. Leyéndote veo esa preocupación que existe hoy con la inteligencia artificial: por un lado, no es humana, no tiene la inefable calidez e infinidad de registros de lo humano; por otro lado, nos da miedo que se haga humana, como el personaje que se le rebela al autor... Digo yo, enlazando con lo que dice Eva, que ese mismo dilema le deba afectar a nuestro Autor, de haberlo, cuando nos sostiene a ti o a mí en la mano: este bichito que me he inventado no es divino, pero ¿y si se acaba haciendo divino?

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  2. Coincidencia de ideas y de tema, Javier y con nuestro amigo anónimo. Mira por donde este tema me ha interesado toda la vida. Ahora he terminado un libro que se llama El Yo que se comunica. La identidad en la comunicación, que recoge muchas muchas teorías sobre el Yo. Ya te paso uno cuando salga.
    Una de las más interesantes la tienes en los Siete Sermones a los Muertos de Carl G. JUNG. Para este pensador el Yo es un fenómeno asociado a la creación de este mundo diferente a una entidad superior que se separó absolutamente de él generando un mundo de polaridades que sólo se resuelven cuando desparece este mundo. Es lo que llama el Pleroma y la Creatura. La teoría es profundísima. La creatura, es decir el Yo y todo lo que existe, tiene que individuarse y ese es su destino,porque es su esencia. Pero existe una dimensión más allá de lo que podemos pensar donde lo individual no existe. Es el mundo del Pleroma, al que tendemos, pero que no podemos pensar siquiera como individuaciones que somos, aunque sí tenemos tendencia a llegar hasta él. El Pleroma está en todo. También en lo que no es o en lo infinitamente pequeño.... como el Yo. Así que paradojicamente tenemos algo en él al ser lo que somos..... abrazo!!!

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    1. Es interesantísimo lo que cuentas. Le he preguntado a ChatGPT sobre el Pléroma... Una idea del Gnosticismo, que al parecer tiene predicamento en el cristianismo primitivo. Menciona que en Colosenses (1:19, 2:9) el bueno de Pablo la utiliza "para expresar la plenitud de la divinidad habitando corporalmente en Jesús". Tiene gracia: no es tanto que El mandara a su Hijo para tomar forma en la Tierra sino que un paisano avanzado dejó tomar forma en él a la Totalidad, se puso sus gafas... Y, sin embargo, tiene que ser algo temporal, porque lo que querría el Autor es precisamente no ser Todo sino explorar Personajes concretos. Tuve un profesor checo de alemán que decía que el Autor gustaba en particular de los Personajes (sus encarnaciones singulares) "graciosos" y beneficiaba a los que más le divertían. Pues nada, a seguir jugando, ¡abrazos a los dos!

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