jueves, 9 de marzo de 2023

La guerra de las tildes: una aproximación jurídica


En los últimos días hemos vivido un renacimiento de la polémica sobre si el adverbio “sólo” debe llevar tilde, a raíz de un acuerdo adoptado por el Pleno de la RAE, de fecha 2 de marzo de 2023, cuyo texto luego (tras el revuelo generado y las dudas sobre su contenido que se suscitaban) ha aclarado una nota de 9 de marzo (que puede hallarse aquí). 

Esto es una buena ocasión para poner de manifiesto que en todas las ciencias a veces los conceptos se enredan y que la mejor forma de deshacer estas madejas es una aproximación pragmática. Se trata de hacer algo que tampoco se hace siempre en la ciencia jurídica, pero que al menos los juristas estamos mejor situados para promover: hay que buscar el espíritu de la norma, su ratio legis, lo cual suena etéreo, pero es algo muy de andar por casa; es el objetivo práctico perseguido, una forma de hacernos la vida mejor y más sencilla.

Aplicando esta regla (como digo, de sabor jurídico, aunque válida para todas las disciplinas), creo que no debería haber duda en la solución por la que he optado arriba: al “sólo” que equivale a “solamente”, al adverbio, hay que ponerle siempre tilde. Recordemos que la expresión que nos ocupa puede utilizarse como un adjetivo que significa “en soledad, sin compañía” (como en “café solo”, “me encuentro solo”) o como un adverbio que quiere decir “únicamente” (como en la frase “contesten sólo sí o no”). Pues bien, lo propio es dejarse de mandangas y ordenar que, para evitar el menor atisbo de ambigüedad, el adverbio lleve tilde y el adjetivo no, siempre y en todo caso.

La cosa no es en absoluto anecdótica, sino que tiene su importancia práctica: todos los días leemos estas palabras y el calificar si estamos ante un significado u otro le toma a uno unos instantes preciosos, que podría emplear en mejores menesteres. Piensen en esta frase: “El Gobierno se queda solo con la reforma del solo sí es sí”. El segundo uso del término es claramente adverbial, pero el primero admite los dos significados: el Gobierno ha perdido cualesquiera apoyos para aprobar en las Cortes la reforma de la Ley o el Gobierno no tiene mejor propuesta política que ofrecer, más allá de enzarzarse en sacarle punta a esta cuestión, para desdoro de sus aliados. Probablemente el contexto de la frase desvele que el significado pretendido sea el primero, pero el segundo no sería tan raro y es inevitable que la mente de una persona sensata se entretenga en considerarlo. Y hete aquí que el objetivo del lenguaje es comunicar de la forma más eficiente posible, ahorrándole al lector esos titubeos, lo que se consigue obligando al escritor a darle el problema resuelto.

Es curioso, sin embargo, que la RAE, en realidad, no ha seguido esta máxima (la de hacerle al lector la vida más fácil) en ninguna de sus sucesivas posturas. Ciertamente, las interpretaciones periodísticas tienen entendimientos más tajantes, como que antes se imponía lo que yo propongo (un uso obligatorio de la tilde para el adverbio), luego se prohibió la tilde en cualquier caso y ahora se ha regresado a la obligación. Pero la verdad más matizada, y también más triste, es que las últimas posturas académicas han sido difusas:

(i)                  se obliga a tildar el adverbio, pero sólo si es preciso para evitar ambigüedades (cfr. el Diccionario Panhispánico de Dudas, edición de 2005, apartado 3.2.3, que es el que hoy sigue mostrando la web de la Academia);

(ii)                se recomienda no tildar nunca, incluso en casos de ambigüedad (cfr. las novedades que se publican en 2010, apartado 5);

(iii)               el último acuerdo, según la explicación dada el 9 de marzo, se presenta como una mera aclaración de lo anterior (una "redacción más explícita, pero que mantiene al norma" de 2010), mas en realidad es:

            - en cierto modo, un paso atrás, en tanto y cuanto asume que, a falta de ambigüedad, era "obligatorio" escribir sin tilde el adverbio (cuando en puridad 2010 se hablaba sólo de recomendación) 

            - y, aunque se da un paso adelante, es timorato, porque consiste en que se deja de recomendar (ahora es “optativo”) tildar el susodicho vocablo en caso de riesgo de ambigüedad “a juicio del que escribe” (1)

Parece que detrás de esto hay una enconada polémica entre los académicos y la solución alcanzada es una especie de componenda, para acallar a todos, que solo ha creado más indefinición. De hecho, los partidarios de la tilde lo han interpretado como una victoria (regreso a la posición inicial), mientras que el encargado de las consultas en la Academia anda aclarando que quien quiera usar la tilde “lo tendrá que justificar” (cfr. aquí…). Con lo cual ahora, si el lector lee un titular como el propuesto antes y no sabe si adentrarse en el contenido, se preguntará si el autor es  tildista (lo que significaría que utiliza un adjetivo y se refiere a la ausencia de apoyos del Gobierno) o es antitildista (en cuyo caso sólo podrá salir de dudas leyendo el artículo) o está tan hecho un lío como él mismo…

Todo esto parece poco científico y lo es, pero paradójicamente habrá quien nos acuse de injerencia: ¿cómo alguien procedente de otra disciplina pretende inmiscuirse, con desprecio de la sagrada especialización, en una docta discusión entre lingüistas? Y es que, en efecto, los antitildistas aducen una razón muy técnica y pretendidamente científica (cfr. la decisión de 2010): lo que justificaría el uso de la tilde “diacrítica” sería oponer palabras “tónicas” (las que se pronuncian con acento “prosódico”) a las “átonas”… La jerga asusta al principio, pero si se escarba un poco en los términos indicados, no hay en ellos mayor enjundia. Lo diacrítico es simplemente (véase la etimología de la palabra) lo que sirve para “distinguir”. Y bien está que una tilde se utilice para diferenciar vocablos que, además de tener distinto significado, no se pronuncian igual en la cadena hablada (como sucede con el “sí” del “sí es sí”, que se dice con un “sí” tónico, a veces gritón, por contraposición al “si es si” que identifica el “si alguien abusare…” con el “si alguien agrediere sexualmente”, que se diría con un “si” átono, como si la equiparación fuera inevitable…). Mas no debería haber inconveniente en que se emplee el mismo recurso para distinguir entre cualesquiera palabras con diverso significado, por mucho que se pronuncien sin énfasis.

Éste es al fin y al cabo el significado de toda abstracción o generalización, que es el cometido principal de las ciencias: un día se comprende que en cierto concepto habíamos introducido una restricción que era innecesaria; al levantarla y hacer el concepto capaz de acoger mayor número de fenómenos, conseguimos aplicar a éstos, de un plumazo, toda (o buena parte de) la utilidad que estaba prevista para el contenido original.

Invito, pues, a todos a "desobedecer" (2) a la RAE y tildar siempre el adverbio “sólo”, desde luego si hay ambigüedad, pero también aunque pensemos que no la hay, para ahorrarle al lector esos milisegundos donde se lo plantea.

Esta optimización es, ciertamente, nimia, si nos ponemos a pensar en otras cosas, como la burocracia inútil a la que nos obliga la Administración pública, o la desesperación que nos causan nuestras dilectas macrocompañias privadas, cuando nos atascan al auricular escuchando una atención automatizada inservible o nos marean, con la esperanza de aburrirnos, en servicios de antiayuda. También es esto trivial si lo comparamos con el trabajo que nos dan los puritanos reguladores del mundo, que obligan a los justos a abandonar su tarea para rellenar sesudos formularios de Compliance, mientras los pecadores pecan tranquilos… Por cierto, esto no lo denuncio sólo (también lo combato) ni solo (otros también lo hacen). ¿Pero a que se habrían quedado ustedes un rato pasmados si digo, como habría hecho un antitildista, con beneplácito de la RAE, que “no lo denuncio solo ni solo”?

(1) El texto de la propuesta es literalmente este:

Para la reedición del Diccionario panhispánico de dudas se propone una redacción más explícita, pero que mantiene la norma de la Ortografía de la lengua española (2010):

a) Es obligatorio escribir sin tilde el adverbio solo en contextos donde su empleo no entrañe riesgo de ambigüedad.

b) Es optativo tildar el adverbio solo en contextos donde, a juicio del que escribe, su uso entrañe riesgo de ambigüedad.

(2) Quien quiera profundizar en el valor de las decisiones de la RAE puede leer lo que ésta indica en esta página.  donde  

PS: hoy he puesto aquí también tilde a los pronombres demostrativos, pues la reciente “aclaración” también les afecta y, aunque aquéllos se prestan menos a la confusión, he pensado que lo cómodo es tildarlos, pero alguna vez me he olvidado y me lo han advertido...; ¿debería regir aquí el mismo criterio? La vida es complicada...  

3 comentarios:

  1. En estos intríngulis ortográficos grandes autores como Juan Ramón o como más recientemente José Jiménez Lozano han terminado por escribir algunas palabras como les ha dado la gana, porque siendo grandes creadores de la lengua poética, ambos, se han visto muy incomodados por la corrección de las normas, que les resultaba agresiva y mutiladora, así que Juan Ramón, harto de no distinguir bien las palabras que, sonando igual, iban con jota o con g, lo mandó todo a tomar viento y optó por su inicial, para todo. Y Jiménez Lozano, que tenía un laísmo abulense muy cariñoso y cercano, decidió incorporarlo a su expresión, y siempre decía: La escribo a usted hoy por tal motivo.... Y García Márquez, más osado, decía que la ortografía era lengua muerta, que debía dejarse a un lado, o al menos, dejar que la viva creación del río de nuestro habla, fuera puliendo y deshelando el glaciar de la gramática, para avanzar hacia la expresión fresca y líquida, de los valles de la comunicación auténtica... y ya me estoy pasando de repipi. Sólo pretendía defender que, si sirve para distinguir y comprender sentidos diferentes, bienvenidas las tildes, pero si ya nos confunden y embrollan, que se queden en el tintero...

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    1. Muchas gracias por citar esas referencias tan sugerentes. Es curioso porque en esta polémica la Academia ha optado por una solución poco académica, poco impositiva y que sólo parece una orden porque contradice la orden que la precedía y a la que ya estábamos habituados, mientras que lo que yo venía pedir en el texto es más reglamentación... Y, como usted, a veces me pregunto si es eso lo correcto y ho habría que hacer lo que con esa frase maravillosa pedía el bueno de Gabo: dejar que el mercado lingüístico se autorregule, con la mano invisible en la que confiaba Adam Smith... Pero no, sin normas y sobre todo sin normas buenas, Gabo no habría escrito ese texto tan poderoso y tan gráfico, no se habría comunicado igual. Otra cosa es que los grandes como Juan Ramón se crean, y con razón, autorizados para dictar ellos sus normas. A mí, que no soy tan grande, un día se me ocurrió la idea de escribir de vez en cuando leyes, auténticas leyes, ordinarias u orgánicas, que naturalmente nunca entrarían en vigor, pero ¡por darme el gusto!

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  2. Tengo que decir que estoy absoluta y rotundamente de acuerdo con todo lo que Vd. escribe y manifiesta en este acertado texto.
    Ahora bien, sólo decirle que todo lo que se expone y he leído largo rato solo, sólo puede ser fruto de alguien que no sólo tiene una gran lucidez y agudeza literaria, sino que, además, con solo leerlo uno se da cuenta de que Vd., al escribir, es capaz sólo de lo mejor.
    Un Abrazo.

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